sábado, 12 de agosto de 2017

Reseña: Objetividad. Fidelidad. Invisibilidad: un ensayo a propósito del discurso de la traición en traducción literaria (Delfina Morganti Hernández)

Desde la primera clase en el traductorado de inglés, la mayor parte de los profesores me inculcaron tres principios que todo buen traductor debía cumplir: ser objetivo, ser fiel al texto fuente y ser invisible. Y me convencieron. Durante años creí ciegamente en estos tres principios, hasta que leí el ensayo de Delfina Morganti Hernández y me los derribó de un plumazo.

En su ensayo, Delfina cuestiona estos tres pilares que parecen regir la traducción literaria: objetividad, fidelidad e invisibilidad. Y yo diría que, en realidad, se pueden aplicar a casi todas las ramas de la traducción. Por el momento no me dedico a la traducción literaria, pero es una rama que me gustaría explorar en el futuro. Mis tres principales campos de especialización son el marketing, la tecnología de la información y la atención médica. Es muy común que en las guías de estilo que me proporcionan las agencias para las que trabajo se haga hincapié en estos tres pilares. En resumen, es algo que está fuertemente arraigado en el mundo traductoril.

El primer principio que cuestiona Delfina es el de la objetividad. Para ella, la objetividad absoluta es algo irreal. Creo que tiene razón. Cada traductor es diferente y, por lo tanto, dos traductores no traducirán de la misma forma un mismo texto. Cada lector (convengamos que el traductor es el lector más detallista y alerta que hay) reacciona de diferente manera ante un texto porque cada lector tiene una formación diferente. También influyen los sentimientos. En la literatura todo es subjetivo. Yo leo una novela y me parece genial. Mi vecino la lee y le parece horrible. Es muy difícil que un traductor sea neutral porque es un ser subjetivo como el resto de los mortales. En esta sección, Delfina habla del cliché que dice que todo traductor es un puente entre culturas. Como si solo fuera una persona encargada de trasladar conceptos de una cultura a otra, un mero transportista de ideas sin ningún sentimiento.

El segundo principio del que habla Delfina en su ensayo es el de la fidelidad. Y acá aparece en escena la famosa expresión traduttore, tradittore. El escritor es considerado el padre de la obra literaria, un ser superior, mientras que el traductor está en un segundo plano y enseguida es acusado de traidor si se toma alguna libertad al traducir una obra. Recuerdo algo que nos pasó a todos los alumnos cuando cursamos Traducción Literaria. En mi caso, cursé esta materia con el traductor Marcelo Coccino (pueden leer la entrevista que le hice aquí) y ese año se desempeñaron como profesores adscriptos el traductor Santiago Biei y Delfina, la autora de este ensayo. Nosotros veníamos bastante estructurados y el principio de la fidelidad nos parecía incuestionable. Fue un shock cuando descubrimos que en la traducción literaria un traductor podía tomarse más libertades que en otros campos de la traducción. Me acuerdo que analizamos diferentes traducciones de un soneto de Shakespeare y nos sorprendieron las distintas estrategias que usaron los traductores. Recuerdo que incluso uno había traducido en prosa el soneto, algo que en su momento no me pareció muy fiel, pero que con el tiempo comprendí que era una opción más. Mientras leía la parte del ensayo sobre la fidelidad, me acordé de una frase de Borges: "El original es infiel a la traducción", frase que dijo al alabar la traducción al inglés del Vathek de Beckford, escrito originalmente en francés. Según él, la labor del traductor había dado como resultado un texto superior al texto de partida.

El tercer principio que se analiza en este ensayo es el de la invisibilidad. Esto es algo en lo que se hace hincapié todo el tiempo. Siempre se dice que una traducción es buena si no parece una traducción. Hace poco vi una entrevista que le hicieron al genial Xosé Castro y al final dijo: "Un buen traductor es como una tanga: no debe notarse". Si bien es cierto que, al traducir, el traductor debe lograr construir un texto que suene natural en la lengua meta, eso no quiere decir que sea invisible. Recuerdo que muchos docentes de traducción durante la carrera se manifestaban en contra del uso de la nota al pie, un recurso que visibiliza al traductor, ya que lo consideraban un fracaso del traductor, que al no poder traducir algo, lo había resuelto con una nota al pie. Cuando cursé Traducción Literaria, vimos que era una opción más, válida, siempre y cuando no se abusara de ella. También hablamos de la importancia de un prólogo del traductor, algo que Delfina menciona en el ensayo y que recomienda. Pero los traductores también somos invisibles en la vida. La gente no reconoce nuestro trabajo, salvo cuando nos equivocamos. Es típico escuchar comentarios sobre la mala traducción de una novela de moda o la mala calidad de los subtítulos de una película. Además, la mayoría de la gente no sabe qué hace un traductor. Es algo que siempre me preguntan cuando les digo cuál es mi profesión.

Por último, Delfina propone enseñar teoría, además de práctica en la materia Traducción Literaria y estoy completamente de acuerdo. A veces me pasaba como alumna que no sabía como justificar una opción de traducción ya que fue muy poca la teoría a la que accedí durante mi formación. La mayoría de los profesores tienden a concentrarse en la práctica. También solía pasarme al comienzo del ejercicio laboral de mi carrera. 

En lo personal, algo que me gustó mucho del ensayo es que Delfina dice que el traductor literario es un reescritor. Me parece una excelente definición. Y también me gustó la parte en la que habla de la labor del escritor al decir que también es un traductor porque el escritor debe "traducir" las ideas que tiene en su mente para plasmarlas en el papel.

En resumen, el ensayo de Delfina Morganti Hernández me pareció una lectura altamente recomendable no solo a los traductores literarios, sino también a los estudiantes de traducción, más allá de qué ramas de la traducción decidan elegir. A mí me sirvió para replantearme varias cosas que siempre había dado por sentado y ahora ya no considero tan sagrados a estos tres principios, que hasta hace un tiempo me parecían pilares imprescindibles de toda buena traducción.

El libro se editó únicamente en formato digital. Si quieren comprarlo, deberán hacerlo a través de Amazon (no es necesario tener un Kindle, pueden bajarse la aplicación gratuita para leerlo en la computadora o en el celular).

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